Veía sus pies, tenía una ventanita en la puerta por donde me daban la comida, al principio gritaba que me dejaran salir o que me dijeran por cuánto tiempo iba a estar encerrado, después ya no, me hice amigo del televisor. El televisor era mi única compañía, gracias a él sabía que hora y día eran y cuánto tiempo llevaba allí adentro.
A los 5 años de cautiverio empecé a tatuarme marcas por cada año de encierro, a los 11 años empecé a cavar en la pared, justo cuando llegué a perforar unos centímetros hacia el exterior, me soltaron, era un charlatán.
La película de Chan-wook Park es compleja pero nunca confusa. ¿Por qué mantener cautivo a un hombre durante 15 años?.
Finalmente liberado Oh Dae-su busca a sus captores, les ha jurado venganza, ese placer que es mayor cuando se sirve frío. En realidad la placentera venganza es la que se han servido con él, la suya de fría tiene poco. Es lo único que tiene, su único capital son las ansias de venganza, hasta que conoce a una chica de quien se enamora y a pesar de dudar al principio luego juntos avanzan en la resolución del rompecabezas.
Nada fácil para Oh Dae-su repasar su historia, revisar cada rincón de su memoria hasta dar con el paradero de quien tramó el macabro plan. En su camino al centro de la cuestión pasa por cada cómplice, hay escenas fuertes, pero las necesarias. Es la violencia acumulada de este hombre convertido casi en animal, con su pelo enmarañado y sin rastros de aquél empleado regordete que fue hace 15 años.
Extraño mecanismo el de la memoria, amiga o enemiga, te salva o te mata. En este caso mata, o al menos eso intenta, dejando la humillación, el remordimiento y la razón en el camino.

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